Siempre quiso ser un hada. Vivir en el bosque y llevar todo el día flores en el pelo. Creía inexplicablemente, que algún día un duende vendría a buscarla. Se despertaba a diario, buscando unas alas que nunca estaban. Aunque ella cada vez, lo deseaba con más fuerza. Pasaban los años, no sucedía nada. A menudo la gente le preguntaba que quería ser de mayor. Ella siempre respondía lo mismo. -Yo seré un hada-.Nadie la tomaba en serio. Todos reían y le decían–No, pero de verdad.- Ella volvía a responder lo mismo.No entendía que era lo que les hacía tanta gracia. Pasaba el tiempo y todos se empeñaban en que llevara una vida normal, como ellos. Les parecía extraño que hablara con los árboles y que cantara con las aves. Sus padres llegaron a preocuparse e intentaron prohibírselo. Para ella era normal, las hadas hacían aquellas cosas. ¿Por qué todos se asustaban? Se escapaba al anochecer para pedir consejo a las lechuzas y preguntarle a la luna si sabía cuando vendrían a buscarla. Una noche la interceptaron en plena huida y la encerraron. Desde aquel día sus ventanas se cubrieron de rejas. Le preocupaba no poder salir, cuando el duende viniera a buscarla. Sus horas de sueño eran cada vez mas largas, las culpables, eran aquellas dichosas pastillas. Hasta que una vez, simuló que las tomaba, dejándolas en la boca sin tragar. Cuando la dejaron sola, las escupió. Desde entonces, casi no dormía. Las noches de espera se le hacían largas y angustiosas. Al fin una madrugada, unos golpecitos en el cristal de la ventana, desbordaron su felicidad. El esperado duendecillo, la observaba apoyado en uno de los barrotes. Era un ser diminuto, cabía perfectamente entre las rejas, ¿Pero como saldría ella?El hombrecillo de orejas puntiagudas, le sonrió. Mientras sacaba de su dimuto saquito, una especie de polvos dorados, que sopló sobre ella. Al instante, volaba sobre montañas, con aquellas hermosas y enormes alas desplegadas, que sentía como su propia piel. Se dirigía al bosque, mientras el duendecillo, se adelantaba y volvía a retroceder, revoloteando juguetón a su alrededor. Al despertar, se encontraba de nuevo, en aquella inhóspita habitación. Al ver que sus preciadas alas habían desaparecido, se angustió. Estaba al borde de la desesperación. En aquel instante el duendecillo irrumpió en la alcoba y con él sus maravillosas alas. Así sucedió, durante años. Hasta que una madrugada, sin previo aviso, dejó de ir a buscarla. Creyó que moriría de pena en aquella siniestra habitación. Intentó pedir ayuda, pero aquellas enfermeras no la oían. Hablaban de ella, como si no estuviera delante. –Parece que esta empeorando mucho últimamente, el doctor dice que tendremos que subirle la dosis- Ella se consumía impotente. Les gritaba- ¡yo soy un hada! Tenéis que dejarme salir, debo volar al bosque-Como única respuesta, le administraban calmantes, hasta que se dormía. Una mañana cuando una de las enfermeras entró en la habitación, la sorprendió encontrar la cama vacía. No había ni rastro del “hada” como la llamaban sarcásticamente todos los médicos y enfermeras. Puertas y ventanas estaban selladas. Era imposible que se hubiera escapado. Salió rápidamente a comunicar el hecho a sus compañeros. Nadie en todo el centro psiquiátrico, sabía nada de su desaparición. Consternados y asustados, cerraron aquel caso sin explicación. Nunca supieron que ella, siempre fue un hada y que ahora vivía en el bosque, llevando todo el día flores en el pelo.