- ¡Arriba las manos! ¡Esto es un atraco! – Así empezaba el día de hoy para mí. Otro día sin tener qué echarme a la boca…La gente de aquel banco pequeño se apresuró a obedecer. Una extensión de mi brazo apremiaba a ello. La seguridad de aquel establecimiento rural era pésima. No obstante, tuve la suerte de encontrar allí mismo, frente al cañón de mi pistola, a una preciosa joven que ejercía o hacía la función, dentro de esta historia, de cliente. El frío metal se acercaba cada vez más a la tersa piel de su frente. Una gota de sudor se deslizó por el lateral de mi rostro. Mi mirada se perdía loca entre la mujer y los banqueros.- ¡Venga el dinero! ¡Coño, qué tengo prisa! – Sonreí a la fémina, los funcionarios corrían a toda prisa a sus espaldas. Y aquello empezó a excitarme. Ahora era yo el que dominaba un pequeño, diminuto, fragmento de este mundo. Era la primera vez que realizaba un acto de aquellas características, pero la situación lo requería y llevaba mucho tiempo planeándolo.La chica empezó a temblar y aquello me excitó mucho más… la mano derecha sudaba y se deslizaba por el gatillo ansioso de descargar tensión. El dinero estaba sobre el mostrador. Lo ignoré. También lo que me dijeron aquellos hombres. Me pasé la lengua por los labios, secos. Todos estaban expectantes, ¿qué iba a pasar ahora? Ni siquiera yo lo sabía. Me dejaba llevar. Deslicé el arma hacia uno de sus ojos, rodeé aquella perfecta nariz, la mejilla izquierda, luego la derecha, habían adquirido un tono rosado fuerte y podían verse las gotitas de sudor… la boca, los labios…- ¡Abre la boca, coño! – E introduje el metal, frío y duro.- ¿Qué se siente? ¿A qué sabe? – Me miraba asustada. No contestaba. Temblaba. No esperaba respuesta. Nunca la esperé. Ella sí esperaba poder responder…Sentí en aquel momento de clímax una gran necesidad, rebosaba de satisfacción. Nunca me había imaginado en aquella situación y ahora que la tenía delante de mí, la disfrutaba. Silencio. No podía contenerme. Se rompió, el silencio se rompió. Y me salpicó de gloria, de vida, de inteligencia… y cayó. Eyaculé mentalmente tras aquella sobreexcitación. Alimenté un suspiro y mi cuerpo me pedía un cigarro. “Mejor que el polvo más sabroso que haya echado? pensé. Cogí la bolsa con el dinero, llevaba tiempo esperando impaciente. Ni siquiera me había preocupado de ocultar mi rostro y avancé lentamente hacia la salida. Orgulloso. Tranquilo. Con la pistola fuertemente apretada en mi diestra. Oí sirenas acercarse, posiblemente el banco contaba con alarma, daba igual. Aún tuve tiempo de formar un montón con aquellos billetes, saqué el paquete de cigarrillos, cogí uno y tiré el resto. Del otro bolsillo extraje el Zippo y provoqué la llama con un ágil movimiento. Encendí el pitillo y arrojé el mechero al montón del dinero. Ardió rápidamente. Disfruté con aquello también. Tres coches patrulla y una ambulancia llegaron al lugar. Tiré la colilla y la aplasté con la bota. Exhalé el humo. Levanté el arma. No tuvieron tiempo de salir del coche. Apunté y disparé. Un estallido ensordecedor me atravesó. Culminé mi obra. Ya no tenía nada que hacer en este mundo y decidí salir por mi propio pie, eso sí, dejando marcadas huellas de mis últimos pasos por él. En su momento no me arrepentí, ahora, en el “Purgatorio”, a la espera de ver encauzada mi alma hacia un lado u otro, sí me arrepiento… mis huellas ya se han borrado y mi alma se cruza con otras… hay millones… y sus huellas sí que perduran aún… años, décadas, siglos, milenios… pero qué podía hacer un pobre hombre como yo, aspirante a ser algo, sin nada, sin posesiones de ningún tipo, sin identidad y con una flamante pistola encontrada en uno de los basureros donde solía comer… ¿qué podía hacer?…
Extraído del libro “El Lado Oscuro del Cuento” de Víctor Morata Cortado
Extraído del libro “El Lado Oscuro del Cuento” de Víctor Morata Cortado