Arañitas

miércoles, 4 de marzo de 2009


En aquellas paredes frías, en aquella oscuridad solo rasgada por el tenue brillo de una luz de la que ellas ignoraban su procedencia ,allí en aquel territorio inhóspito desprovisto de luz y calor dieron luz a sus descendientes, el olor a humedad y a gasolina lo cubría todo como un manto aceitoso, en la tristeza de aquel rincón la vida iba pasando ante sus ojos sin tener la conciencia de sí habría un mañana, ni siquiera suponían que existiera algo más que aquel rincón oscuro y húmedo, triste y apagado.
La naturaleza no fue condescendiente con ellos, condenados a vivir al día y realizar las funciones más básicas de nuestra existencia, cercenada de sus ínfimas mentes cualquier ambición, cualquier ilusión. Y yo fui testigo de aquello, yo los he visto crecer, los he visto crear vida a pesar de lo simple de su configuración, he podido observar su drama particular, lo arbitrario de sus vidas supeditadas a la voluntad de los que podemos jugar a ser Dios y de un solo gesto sesgar su futuro ya de por si corto y austero.
Con tristeza casi puedo ver o al menos creo ver como cuando activo el interruptor de la luz entornan sus pequeños ojos imperfectos, saltones, repelentes porque así lo hemos decidido. Observo como se retuercen todavía desconcertados por la claridad de la luz que luego dará paso a la herrumbrosa oscuridad, fría e infranqueable. El miedo es el eje central de sus vidas, la ansiedad y el lamento, la monotonía les atenazan y a pesar de ello son capaces de salir adelante, de avanzar, de desarrollarse en la medida de sus posibilidades, preocupados por sus retoños a los que nunca faltara nada que llevarse a la boca a pesar de lo rudimentario de sus mentes y de la pobreza de sus recursos.
Yo los he visto crecer, los he visto nacer y he visto nacer a sus descendientes sin que en ningún momento se me pase por la cabeza el intentar infringirles algún tipo de daño, Siempre pienso que sus vidas ya están suficientemente castigadas. Casi se convirtio en un ritual el echarles un vistazo cada vez que no tenia más remedio que pasar por aquel lugar. Sabía que algún día alguien con poca sensibilidad, alguien con poca conciencia, tal vez con una vida tan triste como ellos, haría que sus vidas se apagaran como una vela derretida y olvidada.
Sabía que algún día encontraría un vacio en aquel lugar duro y frio, amargo, tenía la sensación de que aquel seria el cementerio de sus ilusiones. Y Así fue, tal y como me encariñe de lo singular de su fisonomía y atendí a la evolución de sus pobres vidas también sentí el abrazo frio y falto de afecto de la tristeza cuando pude divisar tanto vacio en lo que antes había sido una especie de hogar por llamarlo de alguna manera. Sabía que ocurriría algún día pero la tardanza del acontecimiento intensifico el amargor del terrible desenlace, habían sido condenados y ejecutados en el acto solo por no ser como los demás, por vivir y dejar vivir sin dañar nada ni a nadie. Pero la vida es así pura paradoja, pocas personas tenían constancia de su existencia, y nadie llorara sus muertes porque sus vidas no tienen valor para nadie.
Me cruce por la mañana después de aquel suceso, con la limpiadora que tenia la responsabilidad de que aquel garaje irradiara blancura por sus cuatro costados a pesar de cuando apagasen la luz, la negrura seria la dueña del recinto. Con ademanes vulgares me saludo y con tono frívolo añadió: ¿has visto? Ya he matado a todas las arañitas asquerosas esas de patas enormes que había ahí¬ en el hueco ese de la puerta, me daban un repelús cada vez que pasaba,
¿ a usted no?