Nací maldito. Con una maldición por la que muchos morirían, la maldición mas deseada de todas. Crecí igual que todos, pero me quede en la juventud, vi como otros cambiaban y yo seguía igual. Esa era mi maldición, vivir para siempre, inmortalidad. Acudí a mucha gente que decían que me ayudarían, pero no me comprendían, me decían “eres un privilegiado” y siguen sin comprenderlo…
Intenté vivir con ello, aprovechar ese “don”. La gente a la que conocía me dejaba, se iban, morían, y yo les envidiaba por poder abandonar este mundo. Mis amigos, familia, todos me dejaron y yo seguí aquí, solo, corrompiéndome por dentro. Decidí alejarme de la sociedad, no conocer a nadie más, pues me era ya insoportable decir adiós a tanta gente querida. Me oculté en las sombras, salía de noche y veía a la gente vivir, vivir como si se fueran a morir al día siguiente, jugarse la vida, apreciar la emoción del riesgo; sentimientos que yo no podía tener, que me habían arrebatado. Veía gente que, por decisión propia, abandonaban este mundo y los odiaba, los odiaba por ignorantes, porque no apreciaban el valor de la muerte y jugaban con ella… Y odiaba a la muerte por acudir a ellos y no a mí, la odiaba por haberse olvidado de mí…
Me he convertido en un fantasma, solo que a diferencia de ellos yo sigo vivo. Soy un cuerpo inerte, sin emociones. La inmortalidad pertenece al cuerpo, no al alma. Seguiré en las sombras de la noche, con mi soledad, con mis espectros, soñando con no despertar… Huyendo de la gente, esperando conocer solo a la Muerte, que un día decida visitarme para darme al fin el don de morir. El fin, un final para mi eterna maldición.
Intenté vivir con ello, aprovechar ese “don”. La gente a la que conocía me dejaba, se iban, morían, y yo les envidiaba por poder abandonar este mundo. Mis amigos, familia, todos me dejaron y yo seguí aquí, solo, corrompiéndome por dentro. Decidí alejarme de la sociedad, no conocer a nadie más, pues me era ya insoportable decir adiós a tanta gente querida. Me oculté en las sombras, salía de noche y veía a la gente vivir, vivir como si se fueran a morir al día siguiente, jugarse la vida, apreciar la emoción del riesgo; sentimientos que yo no podía tener, que me habían arrebatado. Veía gente que, por decisión propia, abandonaban este mundo y los odiaba, los odiaba por ignorantes, porque no apreciaban el valor de la muerte y jugaban con ella… Y odiaba a la muerte por acudir a ellos y no a mí, la odiaba por haberse olvidado de mí…
Me he convertido en un fantasma, solo que a diferencia de ellos yo sigo vivo. Soy un cuerpo inerte, sin emociones. La inmortalidad pertenece al cuerpo, no al alma. Seguiré en las sombras de la noche, con mi soledad, con mis espectros, soñando con no despertar… Huyendo de la gente, esperando conocer solo a la Muerte, que un día decida visitarme para darme al fin el don de morir. El fin, un final para mi eterna maldición.
0 comentarios:
Publicar un comentario